Laberintos de la Adolescencia

La experiencia del laberinto encara riesgos y abre oportunidades. Esta metáfora, presente en diversas culturas, se refiere al viaje interior. Quien lo realiza o bien termina su vida perdido en sus interiores o emerge de él fortalecido y transformado. En la experiencia laberíntica sólo hay algo cierto: Quien se adentra en él ya no permanecerá igual.
Mar adentro, la adolescencia se puede identificar con la experiencia laberíntica. Al iniciarse esta etapa del desarrollo humano dentro del ciclo de vida familiar, en donde no se ha dejado de ser niño y tampoco se es adulto aún, el ser humano vive experiencias y aprendizajes determinantes que marcaran el resto de su vida.
Todo dependerá de la manera como decida cursar la travesía, las más de las veces silenciando experiencias, tanto placenteras como dolorosas, a las que se suman las conversaciones, y experiencias que habrán de estructurarle. En estos cruces de caminos, los padres, repetidas veces permanecen perplejos ante ese conocido incierto que es su hij@, llegando a perder reiteradamente la oportunidad de acompañarle con eficacia al no reparentalizarse y convertirse en las figuras paternas que requieren sus vástagos.
En la aventura del laberinto, llegar al centro es un importante detonante de la experiencia adolecente, expresada en las preguntas: ¿Quién soy yo? y ¿Qué quiero para mi vida? Cuestionamientos que buscan resolvers mediante definiciones sobre su sexualidad, sus valores y los caminos de vida que necesitan seguir.
Es pertinente decir que el adolescente, pocas veces es consciente de sus posibilidades: Puede ser a la vez descubrimiento y también creación; potencialmente tiene la oportunidad de ser artesano de sí mismo, en donde el acompañamiento adulto respetuoso, sensible y reedificante resulta conveniente y necesario.
Quienes mejor logran surcar la travesía adolescente son los que se empeñan en encontrar el camino para ser “fiel al llamado de sí mismos”. Por cierto esto último es lo que revela la etimología de la palabra vocación.
La adolescencia es crucial porque de las entrañas de esta fase del desarrollo podrá emerger un adulto estructurado y diferenciado de sus padres, libre de triangulaciones patologizantes, que posea las bases para hacerse cargo de su propia autonomía, o bien surgirá, con fisuras emocionales que será necesario reificar en los años por venir, o puede permanecer atrapado como un adolescente prolongado en cuerpo adulto, o con trastornos de personalidad derivados de una identidad difusa.
Citemos algunos ejemplos en donde la travesía laberíntica del adolescente se torna en extravíos y en otros casos logra salir airoso en sus aventuras que también tienen su dimensión familiar.
A los 15 años, Juan fue uno adolescente vivaz e inquieto, con dificultades para lidiar con sus responsabilidades y con la autoridad de sus profesores; poseedor de un temperamento hiperactivo y procedente de una familia disfuncional. Sus padres decidieron cambiarlo de secundaria como castigo por su mala conducta y reprobatorio desempeño académico. Los enojos de Juan escalaron al grado del resentimiento.
A partir de entonces, el adolescente declaró que si lo cambiaban de escuela secundaria estudiaría aún menos y, en efecto, cumplió su sentencia. Resultante de esa respuesta desafiante, aunada a una disfuncional relación familiar y fallidas resoluciones Juan se perdió en el camino: pese a estar dotado con capacidades suficientes para concluir sus estudios, no terminó incluso la secundaria. Pasado el tiempo, en su etapa adulta entrado en los 40 tuvo problemas de adicción con el alcohol; su frustración, entre otras causas, era generada en parte por no haber continuado con su preparación escolar.
Marina vivía silenciando su soledad. Su padre la abandonó y la relación con su madre era distante. A los 12 años, en su escuela, experimentó su primera menstruación. La ansiedad, el miedo y sobre todo una profunda vergüenza se apoderaron de ella ante esa impronta, porque nadie hasta entonces le había dado información sobre su menarquia. Ese mismo día, un compañero la invitó a probar mariguana y ella aceptó. A partir de entonces, Marina inició una carrera sin retorno con sustancias adictivas que malograron su vida.
Joaquín era un chico brillante y funcional que vivía atormentado por una verdad silenciada: el temor extremo de defraudar a sus padres. Cuando decidió compartir el secreto con su familia, en medio de un llanto inconsolable y después de sentir la comprensión empática por parte de sus progenitores, desechó su preocupación perfeccionista y logró sentirse en paz y superar su dolor que lo estaban perdiendo.
Ángel de 13 años fue maltratado física y emocionalmente durante varios años por su padre, quien le exigía un excelente rendimiento escolar porque lo asociaba como garantía para triunfar en la vida. Ángel le daba pánico equivocarse, y ante una pregunta de su terapeuta largos silencios le precedían antes de atreverse a expresar una palabra. Entró a la adolescencia dominado por el miedo. Su padre, quien también vivió violencia de niño, se dio cuenta de sus errores y las graves consecuencias de su proceder, por lo que arrepentido y desesperado buscó ayuda terapéutica para su hijo. A partir de ese momento, Ángel inició un proceso de rehabilitación emocional junto con su familia.
Al principio le costó mucho trabajo identificar sus verdaderas necesidades y emociones, pero poco a poco su ser se fue fortaleciendo y, con el tiempo, aprendió a manifestarle a su padre sus desacuerdos. Hoy en día Ángel tiene una muy buena relación con su padre y se relaciona con la vida a partir de sus convicciones, le encanta leer y es un apasionado del cine.
Estos ejemplos nos permiten observar la manera en la que las emociones juegan un papel central y estructurante en la vida de los adolescentes. Los padres y sus acompañantes en general, si son capaces de relacionarse desde el respeto y brindando seguridad desde su rol parental, en la vida emocional de los adolescentes, pueden hacer una diferencia en sus vidas.
Aprendiendo a crear espacios de intimidad, respeto, estructuración, y afecto se pueden generar conversaciones que permiten a los y las adolescentes encontrar las claves para aprender a decidir de manera edificante sobre los caminos a seguir para fortalecer sus vidas y salir airosos de sus travesías laberínticas.
Por: Víctor Manuel Baltazar